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Eduardo Kusnir

La felicidad de crear

A cincuenta años de la fundación del CLAEM del Instituto Di Tella, un festival recupera la música de esa época

Disimulado en la media luz que deja la rutilante incandescencia del Di Tella, se esconde uno de los capítulos decisivos de la música argentina del siglo XX. El Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales (CLAEM) del Instituto Di Tella inició sus actividades hacia fines de 1961, luego de un largo proceso que incluyó la visita a Buenos Aires del director asistente de la sección humanidades de la Fundación Rockefeller para conocer la vida musical argentina. Se le ofreció a Alberto Ginastera encargarse de un centro de perfeccionamiento para compositores, y él, que era un hombre de acción, asumió el proyecto y lo integró en el Di Tella.

Durante los diez años que duró, el CLAEM formó alrededor de 50 jóvenes compositores de Argentina y América latina, becados para estudiar las más avanzadas técnicas musicales. El CLAEM se articuló sobre la base de una mezcla inusitada hasta entonces de pedagogía y experimentación, aunque sus principios estaban en línea con los postulados generales del Di Tella, que era a su vez el reflejo de un momento histórico. Como señala Andrea Giunta en su estudio Vanguardia, internacionalismo y política , "el proyecto de la vanguardia artística de los años sesenta debe entenderse en el marco del intenso proceso de modernización cultural que caracterizó el momento desarrollista. Un país que expandía tan intensamente su economía debía también transformarse y desarrollarse en el terreno de la cultura". Podrían discutirse los límites de esta idea ampliada de la vanguardia, pero no la voluntad de actualización y los cambios que produjo en el campo musical argentino.

El alcance de esos cambios podrá evaluarse retrospectivamente cuando empiece "La música en el Di Tella. Resonancias de la modernidad", el festival internacional que organizó la Dirección Nacional de Artes de la Secretaría de Cultura de la Nación para conmemorar los cincuenta años de la fundación del CLAEM. Las actividades se iniciarán el viernes 17 y terminarán el 24, en los dos casos con conciertos de la Sinfónica Nacional dirigidos por Alejo Pérez, con obras de los becarios, cuya música de cámara podrá escucharse también en el auditorio del Centro Cultural Borges, con dirección de Marcelo Delgado. En el Borges, habrá también conferencias, seminarios, una exposición iconográfica y audiovisual, homenajes a Ginastera y a los ex profesores, y el estreno de la obra ganadora del Concurso para Jóvenes Compositores "50 años del CLAEM".

La audición de las obras de los becarios -cuya programación corrió por cuenta de Gerardo Gandini y Eduardo Kusnir, que es además director del Festival- será sin duda una revelación tanto para quienes asistan como para los propios compositores. En muchos casos, esas obras no volvieron a escucharse desde los conciertos organizados en el Di Tella, en los que intervenían profesores y alumnos y cuyos programas tenían el diseño, tan hermoso y tan de época, ahora casi vintage , de Juan Carlos Distéfano. Incidentalmente, esos conciertos estuvieron en el origen de una de las críticas musicales más singulares que se han escrito en el país. Al comentar un concierto de becarios, Jorge D`Urbano escribió en el diario El Mundo una crítica titulada, onomatopéyicamente, "Lilipirorororo, Piiii, Toc". El final del texto era aun más singular: "Y como todos se sirven de lenguajes nuevos, yo emplearé mi nueva crítica para comentar sus creaciones. Es mi derecho, tal como es el de ellos el de hacer oír el resultado de sus necesidades estéticas y expresivas. Lo que sigue, pues, está especialmente pensado para ellos. Lero)erleroleropipipipitononequequeque. Lilipirororeororó neulito be califela, Píiiiiiiiiiii, píiiiiiii, píííííííí, toc". D`Urbano completa así un largo párrafo, y concluye: "¿Estamos?". Más allá de la aparente incomprensión del crítico y de su irritación contenida, D`Urbano toca un punto cierto. Ya antes, al principio de su texto antológico, había advertido el desajuste entre el instrumental crítico tradicional -útil para escribir sobre Beethoven o sobre Brahms- y el que demandaba la nueva música. Aun con su costado burlón, la crítica no se desentiende de la novedad y participa, a su modo, de la misma libertad que seguramente propiciaba el Di Tella.

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